Si hay algo que pueda definir el yacimiento arqueológico de El Tolmo de Minateda es, de cara al visitante, la espectacularidad de algunas de sus estructuras. El investigador, que tiene que enfrentarse e interpretar los secretos que guarda, seguramente añadiría a ese calificativo otros como complicación y sorpresa. El Tolmo es sin duda un yacimiento muy interesante por su gran ocupación, pero también difícil de excavar y de interpretar. En otros muchos yacimientos arqueológicos la estratigrafía es similar en toda su extensión, y una vez excavado una parte es muy sencillo prever lo que se documentará en otra. En el Tolmo eso no ocurre nunca.
Un ejemplo de ello fue lo ocurrido durante la campaña de excavación del año 2007. Durante aquel verano se retomaron las labores de excavación de las estructuras defensivas en el Reguerón, una vaguada natural que constituye el único acceso fácil a la zona alta del cerro. La excavación de este sector, que fue el primer trabajo ejecutado en el proyecto, fue interrumpida en 1996. El citado Reguerón constituye el desagüe natural para las avenidas pluviales, y las estructuras exhumadas quedaban expuestas a numerosos problemas de conservación, por lo que se decidió dejar un sector en reserva para procurar una estructura provisional que hiciera las veces de desagüe y acceso para el público.
En 2006 concluyeron una serie de obras e instalación de infraestructuras para la recogida de aguas pluviales y la construcción de una pasarela de acceso que discurre en paralelo al camino original de acceso a la ciudad, por lo que el equipo decidió retomar aquí los trabajos y completar la exhumación de las murallas en el extremo meridional del sector, donde se sabía que las diferentes líneas de muralla documentadas hace años tenían continuación.
Aquella campaña se intuía bastante sencilla en cuanto a interpretación de los estratos y las estructuras puesto que la zona era continuación de la excavada entre 1988 y 1996. Y así fue en parte. Se partía con la premisa de que durante los trabajos aparecería la continuación de las diferentes líneas de muralla que defendieron la ciudad en sucesivas épocas, y la hipótesis se confirmó, dejando al descubierto buena parte del lienzo exterior del baluarte defensivo visigodo, así como un espectacular basurero que se apoya directamente en dicho muro y que cuenta al menos con cuatro metros de potencia.
En el sector oriental, intramuros, se excavaron los niveles de época emiral (ss. VIII y IX d. C.). Y aquí llegó lo inesperado. En principio se deberían haber documentado los restos de una albarrada, una especie de terraplén defensivo documentado en las campañas anteriores, pero además se documentó una estancia de grandes dimensiones que debe ser interpretada como una especie de almacén de grano. En su interior apareció un completo ajuar cerámico, jarras, ollas, en perfecto estado de conservación, junto a varios molinos de mano completos, y el singular hallazgo de miles de semillas de cereal carbonizado que en origen debió estar almacenado en recipientes de esparto, puesto que se conservaron un buen número de fibras de esparto trenzado y quemado.
Esta estancia presentaba un patio trasero (en dirección a las murallas) en el que se exhumaron al menos dos équidos completos y en el que se documentó el que quizá sea uno de los hallazgos más llamativos de las últimas campañas realizadas en el yacimiento, una especie de pozo de planta circular tallado en la roca y con un alzado realizado con sillares reutilizados de otras estructuras cercanas, que presenta unos tres metros de diámetro y al menos doce metros de profundidad.
La excavación de esta estructura comenzó a ciegas, sin imaginar ni por asomo lo que días más tarde se convirtió claramente en una especie de aljibe o pozo de grandes dimensiones totalmente cegado por un relleno de tierra que se comenzó a excavar y que, a medida que los trabajos avanzaban y la profundidad era mayor, cada vez resultaba más complicado extraer.
Estas labores se realizaban con la ayuda de un sistema de poleas y con una escalera de gran tamaño, pero llegó un momento, cuando nos encontrábamos en torno a doce metros de profundidad, en el que, por falta de medios y por seguridad, decidimos detener su excavación sin que se hubiera terminado de extraer el relleno y sin poder ver, y ni si quiera intuir, la base de la estructura.
Para concluir esta excavación se solicitó un proyecto para que las labores pudieran estar asesoradas y habilitadas por una empresa especializada en trabajos en altura, pero hasta la fecha no se ha podido realizar ninguna actuación más sobre esta estructura.
Se trata de un recorte circular practicado en la roca de unos tres metros de diámetro y que presenta una especie de realzado construido con sillares y dovelas reutilizados, procedentes de otros edificios más antiguos, en su parte superior. Desconocemos por el momento, al no haber podido concluir su documentación, cuándo se construyó. Desconocemos si se trata de una estructura emiral o si, como intuye el equipo de investigación, se trata de una obra anterior, visigoda o incluso romana, utilizada, tras realzarla, en época emiral.
De este hallazgo se pueden deducir varias cosas muy interesantes. La ubicación del pozo-aljibe no debe ser casual. Está construido en la zona más baja posible en el interior de la ciudad, protegido por las murallas pero junto a la puerta, por ser el Reguerón el punto de menor altitud intramuros. El estudio provisional de los materiales recuperados de su relleno también aporta una curiosa información. De momento, todos los materiales cerámicos extraídos de los 12 metros excavados son del mismo momento. Cerámicas del siglo IX, y por tanto de los últimos momentos de ocupación del yacimiento. Eso podría indicar que el relleno no fue producto del abandono paulatino, sino que pudo ser cegado intencionadamente en un determinado momento.
La fuente descrita por al-Zuhri existe aún, parece corresponder al llamado borbotón de Cieza, aunque las aguas no saltan al aire como indica el geógrafo. La historia de que la fuente brotó allí cuando los cristianos cegaron otro nacimiento de aguas en poco verosímil geológicamente y quizá responda a una leyenda oral que justificara la existencia de un fenómeno como el borbotón y el sabor acre de las aguas se asociaría con las cenizas de la lyih destruida, de la que no tenemos constancia en el registro arqueológico, pero de la que continuamente hablan las fuentes de los siglos XI y XII que explican la fundación de Murcia.
Lo que sí es cierto es que el Arroyo de Tobarra, actualmente canalizado, y que discurre al pie del Tolmo de Minateda arrastra un agua salobre, de aspecto sucio, y con grandes cantidades de sulfato y magnesio. ¿Es esta agua semejante al del borbotón? ¿Existía un pozo en el interior de la antigua ciudad de Ilunum, Eio o Iyih que captaba esta agua o alguna otra fuente? ¿Se cegó de forma voluntaria? ¿Está todo esto relacionado con el abandono de Madinat Iyyuh o con la fundación de Murcia?. Son cuestiones que tal vez solo puedan ser respondidas cuando se puedan retomar los trabajos en esta estructura y se pueda determinar su funcionalidad y cronología de su uso.
El Tolmo de Minateda sigue enterrando muchas incógnitas, pero sobre todo muchas historias. Solo la continuación de los trabajos permitirá que poco a poco éstas se puedan ir desvelando.