En la actualidad, el Tolmo de Minateda está inmerso en un proyecto de investigación arqueológica que comenzó en 1988 y que se dirige desde la Universidad de Alicante y el Museo de Albacete, financiado por la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha.
Mucho antes de que los investigadores que ahora se ocupan del Tolmo de Minateda comenzaran aquí sus trabajos otros comenzaron a acercarse a su conocimiento. Hoy sabemos que desde el siglo XVII y durante el siglo XVIII ya se conocía el Tolmo como una antigua ciudad abandonada y conservamos algunas referencias escritas por eruditos de aquellos momentos.
Ya en 1862 Carlos María Perier había publicado en el Boletín oficial de la provincia de Albacete del 24 de marzo una nota redactada el 12 de octubre anterior, en la que daba cuenta del descubrimiento de mosaicos en Agra (Hellín) y otros restos en el Tolmo de Minateda y su entorno. Dos años más tarde el famoso Sarcófago de Hellín, procedente de una de las necrópolis del Tolmo, es trasladado a su actual ubicación, la Academia de la Historia en Madrid.
Hoy sabemos que a lo largo del siglo XIX y principios del siglo XX el Tolmo de Minateda y su entorno recibían visitas interesadas en desentrañar su pasado y rebuscar en sus ruinas. Que tengamos constancia escrita esto ocurre desde principios del siglo XX, pero las frecuentaciones han debido producirse en todas las épocas.
Las primeras exploraciones de carácter científico son las de H. Breuil, quien tras el descubrimiento en 1914 de las pinturas del Abrigo Grande de Minateda, visitó el yacimiento acompañado de Raymond Lantier; ambos realizaron, en una de sus visitas (fueron varias para completar los calcos del abrigo), la primera descripción, topografía y fotografías arqueológicas del sitio, que por los avatares convulsos —guerra civil española y guerra mundial—, no fueron publicadas hasta 1945 en el número 2 de la revista Archivo de Prehistoria Levantina; Federico de Motos excavó, en una de esas visitas (1915), parte de la necrópolis ibérica del Bancal del Estanco Viejo, satélite del Tolmo, cuyos materiales, las urnas funerarias y sus ajuares, vendió años después (1929) a la Comisión Provincial de Monumentos Históricos y Artísticos de Albacete para el Museo, donde se conservan desde entonces.
También por esos años, en 1917, visitan el Tolmo los profesores de la Universidad Central Hugo Obermaier y P. Wernet, acompañados por Benitez Mellado y Eulogio Varela Hervias, entonces estudiante, quien publicará al año siguiente en la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, las primeras referencias sobre el Tolmo y la cerámica ibérica.
El Tolmo ya era un sitio conocido en los ambientes arqueológicos; de hecho, con posterioridad a estos años se produjeron expolios, denuncias, donaciones e intentos de excavación que no llegarían a fructificar hasta el otoño de 1942.
Años más tarde, en 1929, tiene lugar, mientras se realizaba una conejera en el Reguerón, el descubrimiento de una serie de elementos arquitectónicos y escultóricos, entre ellos la célebre cabeza del Tolmo de Minateda, que no fueron valorados como se debía. Por entonces, las laderas del Tolmo, incluyendo el Reguerón, servían de lugar de asentamiento a no pocas viviendas, que en parte estaban construidas con mampostería y en parte aprovechaban las oquedades de la roca, y llegaban a configurar un pequeño pueblo. Conocemos el testimonio personal de Antonio Beltrán, catedrático de Arqueología de Zaragoza, que narra cómo cuando años más tarde subía el Reguerón con D. Joaquín Sánchez Jiménez en busca del lugar del hallazgo, era recibido con insultos e improperios de las gentes que allí vivían, que temían que la arqueología se cruzara en sus vidas.
La primera campaña oficial, es decir, debidamente autorizada y realizada por arqueólogos, en el Tolmo de Minateda se realiza en ese año de 1942, y estuvieron codirigidas por Joaquín Sánchez Jiménez, comisario provincial de excavaciones arqueológicas y director del Museo arqueológico provincial de Albacete (hoy Museo de Albacete), por Blas Taracena Aguirre, director del Museo Arqueológico Nacional y por Antonio García y Bellido, catedrático de arqueología de la Universidad Central (hoy Complutense de Madrid). A ellos se sumó, como no podía ser de otra forma José Cernuda, restaurador del Museo Arqueológico Nacional y buen conocedor de la arqueología albaceteña, pues no en vano venía colaborando con Joaquín Sánchez Jiménez en diversas excavaciones, como la de Hoya de Santa Ana (Chinchilla) por citar el ejemplo más conocido.
Fue una campaña corta, apenas diez días en los que se trabajó sin descanso, de lunes a domingo, con una cuadrilla compuesta por 15 trabajadores: 14 obreros y 1 pinche, como se define en los diarios de campo.
Conocemos sus nombres porque quedaron anotados junto con el salario recibido. También sabemos de las penurias de la época, que hacen heroica la campaña; una anotación indica que picos, palas y espuertas debían ser aportados por los propios obreros y varios escritos oficiales que fue necesario solicitar del Jefe de abastos de la provincia de Albacete que diese orden de suministrar (previo pago de su importe) víveres para trabajadores y arqueólogos, hacía poco tiempo que había terminado la guerra civil y había racionamiento.
Además de diversas catas en el cerro del Tolmo también se hicieron exploraciones en el del Lagarto, de la Torrecica, en el bancal del Estanco Viejo, en Zama, y en esos diez días bien aprovechados, excursiones a los abrigos con pinturas rupestres.
Estos trabajos tuvieron varios objetivos y resultados; García y Bellido excavó en la zona llana circundante al Tolmo, para buscar las necrópolis ibéricas; Taracena en la parte superior, donde puso al descubierto al menos una estructura rectangular y parte de una muralla que delimitaba una especie de acrópolis en la parte más elevada del poblado, aunque pronto abandonó los trabajos de excavación para concentrarse en el levantamiento de un nuevo plano topográfico que nunca fue publicado, pese a que en los documentos personales que constan en los archivos del Museo de Albacete se indica que fue terminado; Sánchez Jiménez se concentró en la zona de la muralla, aunque sólo encontró un amplio derrumbe de piedras y numerosos restos arquitectónicos, entre ellos ‑parte del fuste de dos columnas estriadas que quedaron in situ.
En cuarenta años poco más se avanzó en el conocimiento del Tolmo de Minateda, aunque sus ruinas fueron objeto de diversas prospecciones, llevadas a cabo principalmente por Juan Jordán, Antonio Selva y Javier López Precioso, que dieron como resultado el hallazgo de materiales desde la Edad del Bronce hasta época tardorromana. Se planteaba ya el Tolmo de Minateda como un yacimiento de larga perduración, clave para el control de un núcleo importante de vías de comunicación. En el año 1987, unas lluvias torrenciales dejaron al descubierto parte de unos grandes sillares con inscripciones monumentales que fueron el determinante del comienzo de un nuevo proyecto de investigación todavía en curso. Pero eso ya es otra Historia.